El rostro de la traición |
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Este libro pretende aportar a entender lo sucedido en los últimos 50 años del PC en particular y la izquierda argentina en general. El autor cuenta hechos parciales que sucedieron. Digo parciales porque no está todo, faltan muchas cosas que sucedieron en aquellos años. El texto provocará ciertas reacciones adversas en algunos que los vivieron y risas incómodas en otros. Pero para un joven de hoy es un material que permite entender ciertos dolores y silencios de algunos mayores. Permite comprender, de manera incompleta, las actitudes tomadas por ciertos “personajes”. Muchas veces los recuerdos dolorosos hacen que la memoria traicione y que el inconsciente parcele ciertos relatos como también aquellos que no hablan de lo vivido. Los jóvenes de la democracia, muchos de ellos hijos de los jóvenes de los sesenta y setenta, cargamos con el peso de la historia contemporánea. Algunos no quieren saber nada de la política ante el “fracaso”. Otros volcamos las inquietudes y rebeldías en el accionar político. De esos últimos unos encontraron el espacio en partidos y otros en organizaciones sociales como también los que buscan pero no encuentran espacios que los identifiquen. Entre estos últimos estamos los que buscamos, estudiamos y analizamos el pasado. La historia permite poder entender y construir la identidad política y, en consecuencia, humana. En todo pasado se puede encontrar elementos positivos y negativos. Aquellos nos permiten rescatarlos y continuar el hoy con orgullo. Los otros producen varios efectos como la negación del pasado o la aceptación como aprendizaje para no repetir viejos errores. Muchos jóvenes, de la Federación Juvenil Comunista y otros espacios, asumimos y reconocemos los errores de los sesenta y setenta. Pero libros como el de Jorge Sigal hacen ver solamente lo malo, como que el pasado fuera negro y no tiene sentido continuar insistiendo con la lucha por un mundo mejor a través de la política. Es tiempo de que esos errores sean asimilados y marcar los horrores del enemigo: el CAPITALISMO. Los errores del pasado hay que asumirlos, como también rescatar la hermosura de sentirse verdaderamente enamorado de la vida, ser revolucionario. No se puede partir desde cero una lucha por cambiar el mundo, no se puede negar las luchas del pasado para construir el socialismo. Eso va contra el elemento que nos permite pensar la nueva sociedad: el marxismo.
2 ¿Todo pasado fue malo?
Esta es la pregunta que surge al leer el libro “El día que maté a mi padre”. El autor Jorge Sigal hace como un “vómito psicológico”, como si intentara desligarse de los errores del pasado. Pero algo me llamó la atención: existe una especie de “gimnasia” de algunos que consiste en pegar fuerte al Partido Comunista por sus errores. ¿Será porque esos errores –como la convergencia cívico militar- fueron tan groseros como evidentes? Sin embargo cuando uno se pone a estudiar a las organizaciones de izquierda que actuaron en aquellos años encuentra que todas cometieron errores de diferentes magnitudes. Si esos errores no existieran, la derrota que implicó la dictadura militar no hubiese sido tal. Peronistas, guevaristas, troskistas, guerrilleros cometieron pasos en falso como el Partido Comunista. Ahora bien, ¿está mal señalar esos errores que tanto menciona Sigal? Absolutamente no. El problema pasa por lo que llamo el “zamorismo”, cuestionar el accionar de otros dirigentes cuando el que critica también fue parte pero no lo reconoce. Luis Zamora se aprovechó del “que se vayan todos” del año 2001 para plantear que el mismo representa a una “nueva política”, diferente a aquellos que se equivocan. Jorge Sigal hace lo mismo. Salvo ciertos pasajes auto referenciales, siempre está defenestrando a los dirigentes del Partido Comunista. Volviendo a la pregunta inicial. Cuando se lee este libro da la sensación que todo fue una mentira y nada vale la pena. Los errores existieron pero lamento decirle a Jorge Sigal que existieron muchas cosas del partido para reivindicar como los militantes que se animaron a enfrentar al enemigo interno y externo. ¿Ejemplo? Los desaparecidos que fueron secuestrados y torturados pese a los errores de la dirección partidaria. Y ellos fueron arrancados por los verdugos porque eran COMUNISTAS.
3 La ideología no es una camiseta.
Desde el subtítulo Sigal plantea un dilema: ¿se puede ser un ex comunista? Ser comunista no es solamente pertenecer a una organización que se llama Partido Comunista, ni siquiera por haber estudiado las obras completas de Carlos Marx y compañía. Ser comunista significa la elección de una forma de pensar la vida. Se trata de cómo uno, con las limitaciones impuestas por el sistema, trata de ser mejor ser humano. Claro que las exigencias en nombre de la “moral revolucionaria” fue una mala interpretación. Pero el Che y Gramsci nos marcaron un camino al señalar que las condiciones materiales no son las únicas a modificar en el socialismo. También hay que romper la vieja cultura subjetiva que nos perjudica para abrir paso a una nueva visión del mundo. Sin embargo Jorge Sigal tiene todo el derecho de considerarse un ex. Pero no puede pretender que todos los que seguimos soñando con un mundo nuevo seamos ex y bajemos las banderas.
4 El oportunismo oportuno de los quebrados.
El autor puede hablar de desencantamiento frente a lo vivido, pero negar hasta las cosas buenas es típico de un pobre quebrado. Jorge Sigal no es el enemigo como pretende que lo miremos los que seguimos en la lucha. Es un ser humano como todos, pero que los duros golpes le dieron una desorientación hasta de la propia vida privada. Muchos no lo soportaron y se quitaron la vida, otros terminaron enfermos psiquiátricos. Pero muchas partes del libro dan cuenta de las malas intenciones de Sigal.
5 Conclusiones.
“El día que maté a mi padre” es un libro que pretende mucho pero es poca cosa. Es uno de los tantos que intenta dañar la ideología revolucionaria desde la usina intelectual del sistema. Pero termina mostrando lo que es su autor: un tipo con serios problemas psicológicos existenciales. Los revolucionarios del mundo, los latinoamericanos en particular, demostramos que era falsa la premisa fukuyamista del fin de las ideologías y de la historia. En el continente se vive un cambio de época y no una época de cambios como dijera el presidente ecuatoriano Rafael Correa. Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Cuba, Bolivia son los países donde gobiernan los revolucionarios a pesar de sus dificultades y contradicciones. En los otros países los movimientos populares tienen un protagonismo en la escena política. Frente a esta nueva situación surgen los intelectuales, como Sigal, que terminan siendo cooptados y defienden una tesis anti popular. Insisto en que no tengo la verdad absoluta. Disculpe señor Sigal, le puedo ayudar en algo: le recomiendo un buen psicólogo y que converse con los compañeros sin rencor. Se dará cuenta que no todo fue en vano y la lucha por un mundo nuevo aún es vigente.
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