Escribir para no escuchar, de eso se trata. No es un problema de apatía social ni síntoma de estos tiempos. Desde que tengo memoria mis oídos nunca escucharon lo que escuchan todes. Por una cuestión con la bilirrubina terminé adquiriendo una hipoacusia bilateral profunda, tal como lo sentencia mi certificado de discapacidad y a su vez afirmado por varios doctores a lo largo de mi existencia.
Muchas veces los hipoacúsicos somos seres que estamos en un plano irregular de la vida. En el mundo de los oyentes somos personas con dificultad auditiva, en el mundo de los sordos somos reyes/reinas. Si, hipoacusia no es igual a sordera. No entraré en descripciones médicas que se puede encontrar en cualquier publicación científica que circula. Pero si diré que las personas con hipoacusia solemos sentirnos en un terreno pantanoso… aunque a veces se solidifique el suelo.
Pero vuelvo a la primera oración: escribir para no escuchar. Solemos ver en el mundo cotidiano que las comunicaciones son orales en infinitas oportunidades. Las nuevas tecnologías permiten utilizar herramientas que facilitan nuestras existencias. Chat, whatsapp, subtítulo, redes sociales y una lista medianamente larga. Muchas de esas herramientas se escribe para hacer funcionar, ejecutar, darle razón de ser. Así y todo, muchas personas utilizan esas herramientas también para comunicar vía oral como son los audios de whatsapp que a veces fastidian a las personas con dificultad auditiva.
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Y la escritura se convierte en una barcaza donde navegar en este mundo oyente. Seguramente te preguntarás qué tiene que ver la escritura con el escuchar. Principalmente porque escribir es una forma de comunicación. Para esbozar algún texto tenés que haber escuchado previamente. Un relato, un diálogo, una reflexión, lo que sea según lo que escribas. A veces es oír las voces ajenas, otras las voces interiores. Escribir para no escuchar podría ser el punto de vista de una persona que no posee la cualidad de una escucha (casi) perfecta. Sin embargo existe un mundo de silencio para escribir, un mundo de sensaciones que las mayorías oyentes desconocen, omiten, ignoran. Un mundo que también hay sensaciones, angustias, magia, tristezas, sueños, incertidumbres.
Yo como buen lector que me considero, no he encontrado más que bocetos sueltos en el mar escrituras donde este mundo no oyente tenga presencia. Escritores que tenga la capacidad auditiva limitada no he encontrado. Tal vez exista y no lo he descubierto. Y no es que quiero ser el primero (aunque la vanidad insiste).
Sólo quiero dejar escrito lo que pienso, lo que siento y, a veces, lo que digo. Por eso insisto en escribir para no escuchar, escribir palabras que surgen de la convivencia con el silencio obligado a pesar de los audífonos. Ese silencio que se disfruta, ese instante en que la mente navega sin más preocupaciones que observar que no suceda nada que nos dañe. Ese silencio obligado sólo interrumpido por el momento de encender los audífonos. El mismo silencio que alguien oyente envidia en ciertas situaciones aunque más de una vez pensé que intercambiaría ese silencio obligado por poder escuchar lo que aquella persona escucha.
A veces siento admiración por aquellas personas que pueden escuchar ciertas cosas como la sutileza finísima de un instrumento musical, una conversación ajena en un café o en la calle, entre otras cosas. Cuando alguién me dice que toca un instrumento de oído, siento envidia pero de aquella que admira. Cuando leo algún escritor que cuenta que suele sacar historias al escuchar diálogos ajenos, también envidio. Sin embargo en el silencio obligado de les sordes también hay historias, diálogos, relatos. Sólo tiene que ser registrado. ¿Cómo se registra en el silencio? Es cierto que solamente las personas que no escuchamos bien podemos hacerlo.
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13 de febrero de 2019
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